sábado, 18 de julio de 2009

Reyes sin Corona (Capítulo II)

Reyes sin corona es un serial en el que se recordarán equipos históricos que quedarán en los anales de la memoria, pero no en la de los trofeos. Grandes fracasos con el viento a favor, equipazos a los que se les escapó la victoria en el último momento o derrotas que son victorias morales son algunos de los ejemplos del serial. Hoy: La Holanda del 74. m m
l
La Naranja Mecánica reinventa el fútbol
m
m
En el libro “Dios es redondo”, el escritor mexicano Juan Villoro tiene una curiosa teoría sobre los fracasos de Holanda (en realidad el país se llama Países Bajos) en los mundiales. Para Villoro el problema de Holanda es la ausencia de sufrimientos. Los holandeses son gente feliz. Aunque pierdan lo hacen bajo una forma de entender el fútbol que les hace estar orgullosos, caer con dignidad. Que un país de tan sólo 16 millones de habitantes tenga una aportación tan significativa en la historia del fútbol es un expediente X. Nunca se había visto una concentración de talento tan grande en tan poco espacio. Quizás esa autocomplacencia es lo que le alejó del título en el mundial del 74.
m
El desenlace de este mundial supuso que el nombre de Alemania figurara en los libros de historia del fútbol como campeón. También supuso que los aficionados recuerden con nostalgia a once holandeses alrededor de un balón que se pasaban los unos a los otros como si quemara bajo sus pies. A once hombres con la camiseta naranja que atacaban y defendían con el mismo ímpetu. A once jugadores que practicaron el fútbol total. Para alivio de los seguidores con buen paladar, que veían como el fútbol había evolucionado en unos años del 2-3-5 inicial a las defensas con 5 hombres y un líbero. A todo esto se le llamó Naranja Mecánica. Nunca un sobrenombre fue tan injusto.
m
El fútbol de los tulipanes estaba muy lejos de ser mecánico. El juego memorizado y con poco espacio para la imaginación era más bien cosa de los alemanes que se empleaban en el césped con la misma pasión y concentración que los operarios de una cadena de montaje, esperando con ansias a que el árbitro señalara el final del partido para comprobar que su trabajo ha terminado (normalmente con victoria de Alemania) y poder volver a casa con sus mujeres. Lo de Holanda era otro plan. Salían a disfrutar, a tener el balón y moverlo con rapidez e inteligencia. El pitido final del árbitro suponía una decepción para los holandeses del mismo nivel del que se llevan los chavales con el timbre que indica el final del recreo. Comandados por Cruyff, es una ardua tarea intentar plasmar aquella alineación sobre un gráfico. Por todo el frente de ataque se movían los Rep, Resenbrink o Neeskens, junto a Johan. Hasta el portero, Jongbloed, era mejor con los pies que con las manos. Los extremos volvieron a ser importantes, los defensas con buen manejo del balón también. El 4-3-3 se puso de moda.
m
Pero es esta otra historia de reyes que no llegaron a coronarse. De tropezones en el último escalón. Da tartas sin guindas. Para Holanda el camino a la final fue un campo de rosas, incluyendo la forma de aplastar a Argentina y a Brasil en segunda ronda. Ni siquiera se había encontrado con un resultado a remontar en todo el torneo. El sufrimiento es inherente a la historia alemana y de esta forma alcanzaron el último partido los germanos. Recibiendo críticas, con una presión asfixiante por su condición de local, sin jugar a su máximo nivel y con una dolorosa derrota en primera ronda ante la otra Alemania, la Democrática.
m
Además, este sufrimiento podría ampliarse a los mundiales anteriores. En Inglaterra un gol de Hurst que sólo el árbitro vio decantó la final del lado de los ingleses. En México, tras la mejor prórroga de la historia del fútbol, los italianos les habían dejado sin alcanzar el último partido. A esto se refería Villoro, mucho dolor acumulado. Y Alemania, además, tenía al Kaiser. El resto es historia. Beckhenbauer, acomodado ahora a la posición de libero, guió a los germanos a la victoria. Holanda se adelantó pero los goles de Breitner y “Torpedo” Muller le dieron su segundo mundial a Alemania.
m
La aportación de Holanda al fútbol trasciende lo ocurrido en el terreno de juego. Es una de las fuentes más importantes en la controversia entre los llamados resultadistas y los amantes del fútbol de toque. Si no hubiera una selección así habría que inventarla, al igual que no podríamos entender el deporte rey sin la racanería de los italianos. Quizás algún día Holanda gane el mundial, la historia se lo debe. Hasta que llegue ese momento, sus aficionados seguirán tiñendo las gradas de naranja y sus estómagos de cerveza mientras acuden al campo sabiendo que lo que van a ver les va llenar de un orgullo superior al de la simple victoria. La naranja mecánica, histórica perdedora, siempre gana al ser recordada.

2 comentarios:

Luis dijo...

Pero luego la generacion de Van Basten y Gullit lo arreglaron con la euro del 88

DaniHidalgo dijo...

La calidad técnica de los holandeses es inversamente proporcional a su competitividad.
Lo demuestran año tras año, jugador tras jugador, competición de selecciones tras competición.
Les falta esa ambición.